sábado, 10 de diciembre de 2016

Acerca del amor y la infidelidad.

Cottbus, Alemania, Noviembre 13 de 2016, 4:36am, -7°C, madrugada de un “otoño” extremo que se prepara para recibir a un invierno, el cual según los expertos, será el más frío de los últimos 100 años. Me despierto y no puedo volver a dormir, quizás debido el festín de cerveza alemana y comida italiana de la  noche anterior, tomo mi celular, reviso mis redes sociales y chequeo el clima para el resto del día, ritual típico al despertar en pleno siglo XXI, me dispongo a responder a los mensajes de mi familia y amigos en Colombia con quienes hablo a diario.

Este es el momento donde la diferencia horaria entre Europa y América conviene más para hablar, en América están yendo a la cama mientras que en Europa estamos empezando el día siguiente, como ahora la cama es el sitio número uno para estar revisando el móvil, siempre queda tiempo para unos textos al terminar y empezar el día; entre dichos mensajes, le respondo a un viejo amigo, de hecho uno de mis mejores amigos, amistad ya de 10 años si mi memoria no me falla, con él siempre he tenido la oportunidad de tener todo tipo de conversaciones, política, sexo, religión, comida, viajes, estudios y por supuesto relaciones amorosas, el pan de cada día: el amor y la infidelidad.

Mi amigo, detrás de su fachada de hombre relajado, es hombre de leer libros de psicología, biología y de cómo hacerse rico a los 20 años, es el tipo de hombre, además de mi pareja obviamente, a quien consulto bastante acerca de cotidianidades de la vida, en su mayoría esas cosas incomodas de preguntar a los padres porque se sabe que detrás de ello vendrá una reflexión personal o clase de religión, ética y moral, la cual tardará por lo menos 45 minutos; aunque en ocasiones son necesarias dichas clases, porque preguntarle a tus amigos o pareja, quienes son contemporáneos a ti en edad, acerca de la vida, es algo así como: un ciego, siendo guiado por un sordo, que recibe indicaciones de un mudo.

Desde nuestros locos años de secundaria, siempre hemos tenido la discusión de la infidelidad y el amor verdadero, lo chistoso del asunto es que éramos niños de 17 años que creíamos tener el mundo en las manos y saber todo acerca de relaciones amorosas; por un lado estaba el bando de los románticos, católicos, extremistas, ahí me incluyo yo, quienes fuimos criados con ese ideal de fidelidad y lealtad absoluta al punto de criminalizar un simple saludo con una persona que se sentía atraída por uno pero no era ni la pareja ni la persona con la cual salía, también debo agregar que dicho bando cristianizaba el sexo como el acto social más extraño y para rematar estaba la formación católica que recibíamos en el colegio.

Por otro lado, estaba el bando de los libertinos, “fuck boys” y “open minded”, quienes vivían su sexualidad abiertamente y se daban el lujo de experimentar sexualmente con quien quisieran, tenían pareja pero no era un problema hablar con otras personas por las cuales se sentían atraídos, disfrutar de un coqueteo constante, el “sexting”, etcétera, etcétera; a este bando pertenecían incluso mujeres, quienes lastimosamente por la sociedad machista y retrograda en la que vivimos, eran tildadas de “perras”.

Después de casi 5 a 7 años de aquella época de hormonas locas, entrar a la universidad, irnos a otras ciudades o incluso algunos nos fuimos del país por un tiempo y de haber vivido un poco más, nos encontramos de nuevo y las discusiones ahora nos arrastran hacia nuevas conclusiones, en lo personal después de un año en Europa y relacionarme con tantas culturas y mentalidades diferentes mi forma de pensar es más abierta.

En primera instancia, llamar “perra” a un mujer que vive su sexualidad abiertamente, de la manera en la que lo hace un hombre, es un acto ridículo, el hombre que se acuesta con muchas mujeres, sale con varias a la vez y es infiel, es un tipo cool y lo que muchos quisieran llegar a ser, pero cuando una mujer hace lo mismo, la tildan de “perra”; después de que las mujeres fueron oprimidas por tanto tiempo como seres sexuales, e incluso hay países donde todavía lo hacen en pleno 2016, debemos empezar a reconocerlas como seres libres de vivir el sexo como les plazca.

En segundo lugar, la fidelidad es además de una imposición social, una convicción personal, la sociedad señala a los infieles pero es decisión personal serlo o no, el ser humano es ambicioso por naturaleza, siempre a pesar de tener la pareja perfecta, estamos mirando otras personas en la calle o coqueteando cuando se nos da la oportunidad, esto es un proceso completamente natural y normal; por cuestiones de autoestima y biología, la necesidad de sentirnos admirados y ver que aún hay más personas atraídas por uno es un hecho placentero, la clave está en aprender identificar esto como cosas pasajeras, la estabilidad de una relación duradera es a la larga más confortante en comparación a dichos placeres momentáneos, es divertido ver que alguien nos coquetea en la calle, pero llegar a casa, ver a tu pareja esperando con comida caliente, su buena compañía e ir juntos a la cama para ver televisión hasta quedar dormidos también es divertido.

Por otro lado, hay quienes les funciona la inestabilidad, rotación de pareja o relaciones libres, contrario al punto anterior, hay personas quienes les gusta no tener relaciones estable y en cambio vivir de encuentros cortos, ya sea para tener simplemente sexo, ver una película o cenar sin necesidad de ninguna atadura o como ellos lo llaman: encadenarse a una sola persona. No es deber de nosotros juzgar a quienes llevan este tipo de vida o criminalizar sus acciones solo porque nuestra cotidianidad se acomode más a la monogamia y estabilidad; lo importante cuando se llevan relaciones libres o abiertas, es tener los acuerdos claros desde el inicio, ambas partes deben estar enteradas de la situación y desde que ambos estén felices con ello, no hay ningún problema.

Finalmente los bandos  de la secundaria pueden mezclar sus ideas, vuelvo a hablar con mi amigo de estos temas, después de que ambos hayamos vivido muchas más experiencias que cuando teníamos 17 años, he notado en él rasgos de monogamia y romanticismo, y en contraste a esto, aquellos quienes éramos más conservadores y tradicionales somos actualmente más “open minded” respecto a estas ideas las cuales anteriormente nos escandalizaban.

Diego F. Arteaga C.